Colaboración de Paco Pérez
LOS HOMBRES SEGUIMOS EMPEÑADOS EN NO RECONOCERLO
Dios, desde el
comienzo de los tiempos, se preocupó de guiar a los hombres y lo hizo por
mediación de los profetas, hoy se nos muestra a Isaías y a Juan “El Bautista”.
El
primero anunciándole al pueblo de Dios
su liberación, cuando estaba cautivo en Babilonia.
Les pidió que fueran fuertes durante el regreso porque irían por lugares
difíciles y les animó a ser solidarios con quienes desfallecieran o tuvieran
problemas físicos.
Finalmente
les aclaró que la ocasión que se les presentaba ahora de volver a su patria
había sido propiciada por la intervención de Dios y que ellos, por esa acción benefactora suya, deberían elevar
su espiritualidad y no temer a nada.
La
grandeza de Juan “El Bautista” estuvo, para mí, en que se
le encomendó el honor de presentar
en sociedad a Jesús cómo “Hijo de Dios” y en denunciar el modelo caduco y corrupto que gobernaba los destinos de
su pueblo. A pesar de estas dos acciones no recibió de todos los hombres de su
tiempo el mismo reconocimiento.
El
poder político sabía que sus palabras
estaban calando hondo entre la masa social de Israel y temieron que su mensaje de cambio creciera de manera
rápida y el pueblo, influenciado por él y en el momento más inesperado, montara
una revuelta y se convirtiera en un peligro para Roma. Quien pensó mal de él fue Herodes Antipas, por eso no lo trató bien, sólo se preocupó de librarse
de él y les ordenó que acabaran con su vida.
Quien
sí lo trató de manera correcta, a
pesar de las dudas que le planteó, fue Jesús.
Estando
Juan encarcelado dudó de Jesús y por eso le envió a sus
discípulos a preguntarle:
-
¿Eres tú el que ha de venir o tenemos que esperar a
otro?
Tuvo
que ser duro para Jesús que Juan le hiciera esta pregunta después
de haberlo reconocido, en el acto de su “Bautismo”
en el Jordán, como:
-
[Este es el cordero de Dios que quita el pecado del
mundo.].
A
pesar de todo, Jesús les respondió
así:
- Id a anunciar a Juan lo que estáis viendo y
oyendo: los ciegos ven y los inválidos andan; los leprosos quedan limpios y los
sordos oyen; los muertos resucitan y a los pobres se les anuncia la Buena
Noticia.
¡Y dichoso el que no se escandalice
de mí!
No
les confirmó con un sí lo que fueron a preguntarle pero los remitió a las huellas
de su obra.
Han
pasado dos mil años y nosotros seguimos esperando que Jesús nos diga que sí es el Mesías
y por eso continuamos buscando en nuestros días milagros, lo hacemos para
aclarar nuestras dudas, como le ocurrió a Juan
“El Bautista” pero no queremos ver lo
que está en la Biblia, desde hace
muchos años, ante nosotros.
Jesús, cuando se
marcharon los mensajeros de Juan,
siguió hablándoles de él en estos términos:
-
Los que visten con lujo habitan en los palacios. Entonces… ¿a qué
salisteis?, ¿a ver a un profeta?
Sí, os digo, y más que profeta; él
es de quien está escrito: [Yo envío mi mensajero delante de ti para que prepare
el camino ante ti].
Os aseguro que no ha nacido de mujer
uno más grande que el Bautista, aunque el más pequeño en el Reino de los cielos
es más grande que él.
Estas
últimas palabras de Jesús sirvieron
para confirmar que Juan era un
profeta pero no uno cualquiera, el más grande de todos los nacidos de mujer.
Después
de Juan, con Jesús, la predicación del Reino
dio un giro radical pues se pasó de profetizar los hechos a mostrarlos de una
manera real y visible:
- Los ciegos ven y los inválidos
andan; los leprosos quedan limpios y los sordos oyen; los muertos resucitan y a
los pobres se les anuncia la Buena Noticia.
Jesús ayudaba a
todos, los perdonaba y no les tenía malas formas… ¿Por qué actuaba así?
Porque
nos estaba enseñando el camino y nos decía que había que amar mucho a los demás… ¿Lo hacemos?
Él no juzgaba la conducta de las personas, los perdonaba y les pedía
que no lo hicieran más. Nosotros,
todavía no hemos aprendido esa lección y nos dedicamos a todo lo contrario que Él hacía… ¡Juzgamos lo que hacen los demás sin miramientos y los condenamos!
Jesús nos anunció
que el Padre ama a todos los hombres
y la prueba está en que envió a su Hijo
al mundo para que las personas, por Él,
se salven.
Por
todo esto, el apóstol Santiago nos
enseña a esperar la llegada del
momento final con ilusión; a tener, en el tránsito, paciencia y aceptación con
los inconvenientes que nos ocurran y a tener confianza en Dios para superarlos.
Tendremos
que poner en marcha este conjunto de actuaciones para esperar la llegada del Señor, pues no sabemos cuándo ocurrirá.
REFLEXIONES FINALES
1.-
Juan, cuando vivía en LIBERTAD, reconoció al Hijo de Dios y proclamó su grandeza
ante el pueblo congregado. Cuando fue encarcelado ya perdió esa claridad de
ideas.
2.-
A Dios se le puede ver en la
pequeñez de las cosas sencillas y humildes, quienes lo buscan ahí
aprenden a encontrarlo y quedan liberados.
3.-
Jesús nos enseñó a viajar por el
camino de la BONDAD para que
ayudáramos a los necesitados.
4.-
Para ser grandes tenemos que estar renovándonos
de manera permanente.
5.- Nos manifestaremos pequeños, como las
hierbas del campo pero, por nuestras obras, nos verán grandes como las
montañas.
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