Colaboración de José Martínez Ramírez
Un perrito que murió atropellado.
Ya
no tendré más tus lametones,
ni
te mearás en el recinto oficial,
porque
te has ido como los ladrones,
de
forma inconsolable y brutal.
Cómo
no recordar cómo de los cajones
sacabas
las ropas, no tenías rival,
y
corrías con aires de virales bribones,
en
busca de dónde, para irritarme, cagar.
¿Qué
haré yo sin mis espinosos cambrones,
de tus ladridos y tu andar tan nupcial?
Las
noches que dabas, sin más opciones,
que
quedarme triste a dormir en el sofá.
Hoy
te despido con mil y una canción,
de
un hasta luego querido e inmortal,
y,
para que no te lleven temibles halcones,
te
enterraré bajo una piedra colosal.
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