Colaboración de José Martínez Ramírez
Aquí, en «Las Llanas», todos sienten
por las noches los
ecos de las ladras,
entre las encinas
se esparcen las rehalas
para que la Luna,
en su orbe, se serene.
Mientras, el
viento del día va y viene
entre el amarillo
del quejigo, que da alas,
al color de las
laderas de «Las Llanas»,
y cobijo al jabalí
que mantiene
su misterio y
quietud tan solemne.
Los disparos
lacerantes, de las balas,
de un horizonte
cautivo en llamas,
por una ilusión
que casi nadie obtiene.
Acecha con los
ojos algo que suene.
Mientras el rocío
brilla en las ralas
de las hojas de
los coscojos tempranas,
y las piedras
blancas de enfrente.
Adornan los
cencerros y la fuente
con sus sonidos
quietos, la mañana,
y lucha saltarina
entre piedras el agua,
en mitad de la
montería candente.
Rehaleros y perros
van y vienen,
con sus guturales
gemidos rasgan
sus gargantas
roncas y heladas
y con sus manos
tantean el ambiente.
Rafa Castro, no
quiere que se cuente,
ha fallado un
macareno que avanzaba
despacio y
erguido, mientras whatsappeaba.
Con lágrimas y
apretando los dientes,
se lo contaba a su
amigo Reverte,
que movía la
cabeza, frente a Rafa,
y, cariñoso, su
pelo rizado le mesaba
mientras le
guiñaba el ojo a la gente.
Bendita locura este
amor y el siguiente,
que regala el
campo por esto de la caza;
que es mentira lo
del guarro de Rafa
y que el pelo se
lo arrancara Reverte.
Aunque ahora que
la mentira es verdad
y la verdad no es
mentira, dicen los demás,
en la estación
ahora venden lencería
para las almas que
engañar no querían.
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