Colaboración de Paco Pérez
VIVENCIAS
CAPÍTULO V
EL CINE DE TERROR
Cuando
teníamos unos 16 ó 18 años, fuimos una noche al cine “Cervantes” para ver una película de miedo.
Cuando
acabó nos encaminamos las siete amigas hacia la calle “El Pilar” para llegar a nuestras casas a la hora correcta. Íbamos
caminando muy juntas porque la película nos había asustado más de la cuenta.
Era
invierno, hacía mucho frío, íbamos muy bien protegidas de él con nuestros
abrigos largos porque era la última moda, caminábamos enganchadas del bracete de
dos en dos, por la acera y con las manos metidas en los bolsillos.
Al
pasar por “La Verja”, a Luci “La Chica” que iba la última y sola se le ocurrió gritar:
-
¡Que viene el tío de la máscara!
Al
escuchar sus gritos todas echamos
correr, tropezamos unas con las otras y Juanita, que llevaba las
llaves de su casa en las manos, sacó éstas del bolsillo para defenderse de la
caída…
¡Las llaves volaron por los aires y cayeron entre
las hierbas que había junto al borde de la acera!
Ésta
tenía casi medio metro de altura, Juanita
cayó de rodillas y la gabardina de color azul azafata que llevaba puesta se
manchó del color verde de la hierba.
Las
demás, al presenciar lo ocurrido, en vez de consolarla nos dio por reír y ella
se pilló un gran mosqueo, corrió hacia la calle “El Pilar” como una flecha y nosotras seguimos allí riendo sin parar
mientras buscábamos sus llaves entre las hierbas, al final las encontramos y se
las llevamos a su casa.
El
problema nos vino a las demás cuando llegamos a nuestras casas una hora más
tarde y nuestros padres nos metieron una buena regañina porque no se creían lo
que le dijimos como justificación para llegar tan tarde.
LA ILUSIÓN FEMENINA DE PINTARSE
Eran
muy jóvenes cuando comenzaron a interesarse por las pinturas que las señoras
mayores se aplicaban en la cara. Al no tener edad para ello pues no se atrevían
a plantear este deseo a sus madres pero un día Mari Carmen tuvo una buena idea y nos la comunicó:
-
Nos vamos a comprar entre todas una “barra
de labios” y un “bote de rímel”
para los ojos.
La
idea nos encantó y una tarde, de pura casualidad, descubrimos que en el
escaparate de Jesús Andrés había
expuesto un armario, le tenían abierta una de sus puertas, ésta tenía un espejo
y en él encontraron la respuesta adecuada para seguir adelante con su proyecto
de pintarse la cara en los días de fiesta.
Cuando
tuvieron compradas las pinturas decidieron que el domingo se juntarían en el
escaparate de Jesús Andrés.
Ese
día estuvieron todas muy puntuales delante de él, por turnos se acercaban hasta
el cristal para mirarse mientras se daban los brochazos de pintura, se
impacientaban porque no acababan las que estaban trabajando, se empujaban y así
la brocha pintaba alguna vez que otra la nariz en vez del ojo, se ayudaban dando
los último retoques y, por último, comprobaban cómo se les había quedado la
cara.
Cuando
todas habían acabado se ponían frente a frente para observarse, se mostraban
muy risueñas e ilusionadas y con gran alboroto se marchaban encantadas para “El Paseo”.
Cuando
llegaban hasta el mítico lugar villargordeño, cogidas del bracete, se paseaban
llenas de ilusión mientras lo recorrían de punta a punta y, al caminar, se
pavoneaban mostrando a quienes se fijaban en ellas el magnífico trabajo
artístico que habían realizado en sus juveniles rostros gracias al espejo del
armario que había expuesto en el escaparate de Jesús Andrés… ¡Qué felices
se sentían con lo que habían hecho!
Cuando
les llegaba la hora de regresar a casa ya se ponían tristes porque ahora tenían
que quitarse las pinturas antes de llegar a casa… ¡Menudo problema se les presentaba cuando tenían que regresar a casa!
Una
de ellas, después de que todas dieran su opinión, hizo una propuesta que fue la
definitiva: Antes de regresar a nuestras casas nos pasaremos por el “El Pilar Redondo” y allí nos lavaremos las
caras hasta dejarlas limpias de tiznajos.
Cuando
llovía se formaban charcos en las calles y una noche a una se le ocurrió hacer
esta propuesta:
-
Esta noche, como hoy ha llovido mucho, vamos a cambiar la costumbre de ir al “Pilar Redondo” y nos vamos a lavar en
el primer charco que nos encontremos.
Así
estuvieron durante unos cuántos años y, cuando tuvieron edad para salir
pintadas de sus casas, ya no tuvieron que recurrir más al armario de Jesús Andrés, a
los charcos o a los pilares.
Supongo
que todas estas travesuras que realizaron fue por ser tan coquetas desde muy
pequeñas o tal vez porque ya les encantaba que les cantaran los mozos esta CANCIÓN.
¡Hagan un CLIC en canción!
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