Colaboración de Paco Pérez
EL MÉTODO DE JESÚS
EL MÉTODO DE JESÚS
Cuando
una persona se presenta ante un grupo humano para explicar o comunicar algo
debe hacerlo con un lenguaje que sirva para todos y no con palabras técnicas
que sólo las entienden unos pocos. Jesús
hablaba con ejemplos tomados del entorno en el que vivían. Hacerlo así es importante
pero también lo es que quienes acuden muestren buena disposición para la “Escucha de la Palabra” pues si van como
espectadores aprovecharan poco pues no captarán el verdadero sentido pero si lo
hacen convencidos entonces serán como esponjas, captarán la esencia del
contenido, ésta los atrapará y su fuerza los transformará para caminar y entrar
en el “Reino”.
Jesús, después de
mostrarles las parábolas, no les
daba explicaciones adicionales porque al hablarles de manera tan sencilla
consideraba que bastaba con desear aprender y cambiar. Por eso les decía: [Quien tenga
oídos para oír, que oiga.].
El
lenguaje de Jesús no era novedad para
el pueblo porque antes que Él los profetas ya les habían hablado así
inspirados por el Padre. Un ejemplo
sencillo se nos regala en Isaías 55,
10-11:
[Así dice el
Señor:
-
Como bajan la lluvia y la nieve del cielo, y no vuelven allá sino después de
empapar la tierra, de fecundarla y hacerla germinar, para que dé semilla al
sembrador y pan al que come, así será mi palabra, que sale de mi boca: no
volverá a mí vacía, sino que hará mi voluntad y cumplirá mi encargo.].
La
lluvia y la nieve caen en la tierra,
penetra en ella, actúa sobre la semilla sin
prisa y permite así que se desencadene un proceso invisible que permitirá, más
tarde, que nazca una planta para que dé sus frutos. Pues así debe ser la acción
de la Palabra cuando la escuchamos,
debemos abrirle nuestros sentidos para que entre en nosotros y después
dejaremos que actúe en nuestro interior y así nos alumbre la luz que
necesitamos para caminar por el Reino.
Jesús empleaba
ejemplos sencillos de entender porque estaban relacionados con las costumbres y
trabajos del lugar. Los discípulos se sorprendieron de que lo hiciera así y le
preguntaron intrigados sobre el porqué empleaba ese camino. Las palabras que Jesús empleó para responderles me
recuerdan las de esta frase popular: [No hay peor ciego que aquel que no quiere ver y peor
sordo que el que no quiere oír.].
Él tenía que
facilitarles la comprensión del mensaje porque la suerte que habían tenido los discípulos de estar a su lado de manera
permanente no la habían tenido los demás y sabemos bien que ellos tampoco
entendieron sus palabras mientras vivió.
Todos
sabemos que los agricultores no siempre tienen éxito en su profesión, aunque
ellos hagan las labores previas correctamente, pues al intervenir tantos
elementos ajenos, en ocasiones, los resultados no son los esperados y eso
ocasiona dolor. Pues con el hecho religioso ocurre igual, la siembra de la Palabra no siempre da frutos buenos y
esa realidad nos obliga a estar preparados para recibir lo adverso.
Jesús es el “sembrador” y nos enseña que no actúa
seleccionando el terreno –las personas- para esparcir la semilla –la Palabra-, Él no hace
discriminación sino que la reparte por igual y después será el momento de
valorar la respuesta que le damos a sus buenas intenciones de no arrinconar a
nadie.
La
Palabra está en la Biblia y, en nuestros tiempos, la
oportunidad que se nos brinda de conocerla está en ella pero, lamentablemente,
no ha calado hondo esa práctica en las personas porque la religión que practicamos
está relacionada con devociones, ritos, ceremonias… El mensaje
está, siempre es el mismo, pero no lo percibimos porque hay una crisis
religiosa que impide a las personas conocerse en profundidad y así es imposible
poder responder a las necesidades ajenas.
Las
personas son las clases de terrenos que reciben la
semilla y, como es lógico, cada persona se encuentra afectada por una serie de
circunstancias particulares que les hacen estar condicionadas a la hora de
responder. Esa realidad hace que las respuestas
–frutos- que se dan a la Palabra sean diferentes.
La
vida es complicada, regala sufrimientos y las personas no comprenden esta
realidad. Pablo les hablaba de ello
y los animaba a reaccionar apoyados en la esperanza
pues, al final de nuestras vidas, se acabarán los sufrimientos y se nos
regalará algo diferente e infinitamente mejor, recibir el estado pleno de la
condición de Hijos de Dios.
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