sábado, 29 de mayo de 2021

LA SANTÍSIMA TRINIDAD

 Colaboración de Paco Pérez

EL CRISTIANO ANTE DIOS

La Trinidad es un misterio que es difícil de entender y ante esa realidad abrazarnos a la fe es el camino que nos ayudará a aceptar que existió desde el comienzo de los tiempos.
Juan Pablo II, el 28 enero de 1979 visitó Puebla (México) y dirigiéndose a los obispos latinoamericanos allí presentes les dijo unas palabras de gran importancia para la comprensión de la “Trinidad”: [Nuestro Dios, en su misterio más íntimo, no es una soledad, sino una familia. Pues lleva en sí mismo la paternidad, la filiación y la esencia de la familia que es el amor; este amor en la familia divina es el Espíritu Santo.].
Con esta explicación de la “Trinidad” se nos muestra el funcionamiento de la “familia” y en ella queda clarificado que cada uno de sus miembros cumple con su función. A pesar de todo… ¿Por qué estamos todavía abrazados a la incomprensión y a la injusticia?
Porque la persona suele ser tan egoísta que cuando alcanza el poder lo organiza de forma que ella sea quien maneje los hilos a su antojo y así lograr que el resto le obedezca. Este formato funciona así desde siempre: En las familias los padres, en las tribus los jefes, en las naciones los reyes o los políticos y en la religión nos encontramos con una organización piramidal basada en un Dios, una Iglesia, un papa, un obispo y un párroco.
La Trinidad nos presenta un modelo de organización diferente pero perfecto en el que el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo intervienen en momentos diferentes porque sus cometidos también lo son pero los hombres actúan al revés, es decir, concentran el poder en una sola persona o en pocas, esto no favorece que la convivencia social sea la correcta y, como consecuencia lógica, tampoco ayuda a que las personas practiquen sus relaciones con Dios actuando como una familia en la que sus miembros lo comparten todo porque se aman de verdad.
Aunque se nos enseña que tenemos un Dios que se nos ha manifestado como Padre, Hijo y Espíritu Santo y que actúan en perfecta comunión, cuando hablamos de Él o le rezamos… ¿Lo hacemos dirigiéndonos a los tres o sólo a Dios?
La enseñanza inadecuada que hemos recibido desde hace muchos años no favorece la comprensión real del misterio trinitario porque quedó circunscrito como tema de fe y aceptación, es decir, no es cuestión de ser más o menos inteligentes para comprenderlo porque hay pruebas que demuestran que Dios mira en nuestro interior y ese elemento no es una ventaja o un inconveniente para trabajar por su causa porque Él allana los inconvenientes.
Algunos hombres de ciencia no suelen ser personas humildes y, empujados por ese déficit, se atreven a utilizan su saber para atacar a Dios pero también los hubo que sí emplearon sus conocimientos para comprender su realidad: [La grandeza de Dios es de tal magnitud que su saber era irrelevante para comprender la obra de Él.].
Los experimentos que ellos realizan en su trabajo a diario es para llegar a lo desconocido, eso demuestra que trabajan en temas que están inacabados. El “plan de Dios para el hombre” no tiene nada que ver, éste sí está finiquitado desde el comienzo de los tiempos y el Padre lo que ha hecho, y hace, es ir mostrándolo de manera gradual para que sea entendible. Una de esas entregas es la Santísima Trinidad, este misterio no está sujeto a los vaivenes humanos porque es un hecho definitivo.
Todo comenzó cuando el hombre primitivo, por el desconocimiento que tenía de Dios, lo consideró un ser no visible que tenía un gran poder para premiarlos o castigarlos y se asustaban porque lo asociaban con las manifestaciones de las fuerzas de la Naturaleza: Truenos, relámpagos, vientos, terremotos… En una segunda fase, cuando la mente humana ya estaba más desarrollada, vino Jesús y nos enseñó a conocer nuestro entorno, a preocuparnos de los problemas ajenos y a relacionarnos con los otros como hermanos. Después vino el Espíritu Santo y nosotros debemos buscar el encuentro con Él porque así nos sentiremos empujados por su AMOR al ser la fuerza que da sentido y esperanza a nuestra existencia y el que nos salva de cometer errores. Quienes reciben la fuerza de su amor son empujados a predicar la Palabra, con ella liberan a quienes están atrapados en la mentira o en el mal para que vean la realidad con nitidez.
Jesús les comunicó que era Dios, con pleno poder en el Cielo y en la Tierra; que fueran a predicar el evangelio para hacer discípulos; que los bautizaran en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo; que les enseñaran a guardar sus preceptos y que estaría con las personas hasta el final de los tiempos.
San Pablo nos recuerda que quienes se dejan guiar por el Espíritu Santo son considerados Hijos de Dios, que están protegidos de los peligros que esclavizan, que somos hermanos de Jesús y que seremos glorificados.
Moisés nos recuerda que subió al monte para hablar con Dios y que en su ausencia el pueblo retrocedió a la idolatría. Cuando regresó y comprobó sus errores les habló recordándoles lo que Dios había hecho por ellos pero los dioses nunca les habían solucionado sus problemas. Por estos actos quedó rota la alianza que habían hecho con Dios.
Moisés no se desalentó, cuando se dirigía al Señor en oración le reconocía siempre su grandeza, sin cansarse le pedía su perdón para el pueblo, se lo concedió y le comunicó que renovaría la alianza que se había roto.
También nos enseña que debemos estar alertas para descubrir a diario la presencia del Señor junto a nosotros y a no olvidar nunca que los dioses de nuestros días (el dinero, el deseo de juntar más de lo que tenemos, el ocupar puestos de prestigio, el consumo excesivo…) no ayudan pero sí confunden y esclavizan.

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