viernes, 30 de mayo de 2014

MORIRÍA EN TUS BRAZOS

Colaboración de José Martínez Ramírez

Sólo por amarme, moriría en tus brazos.
Sólo tu hermosura moriría,
si pronto, la ley me condena...
¿Qué juez, sin embargo,
condena el amor que nunca está solo?

Veo dos enamorados en el pilar redondo.
Él la rodea por los hombros con su brazo.
Le dan a los barbos migas de un pan orondo.
Miran el agua y a sus habitantes nadando,
ajenos al idioma, ágiles, lo comen pronto.
Pasa con sus mulos, hacia el Baldío, Frasco.
Le dan las buenas tardes, uno va algo cojo.

Sólo por amarme, moriría en tus brazos.
Sólo tu hermosura moriría,
si pronto, la ley me condena...
¿Qué juez, sin embargo,
condena el amor que nunca está solo?

Pasó el tiempo, ave cruel, que de un puyazo,
abrazó al destino, ese que duele y yo no escojo.
Se abrieron puertas, dieron un gran porrazo.
Ella mira el agua, un tiempo después. De reojo,
la observa y la abraza fuerte, con su brazo.
Tapa su cabeza un azul y ajustado gorro.
Van hacia las pilas fuertemente agarrados,
le susurra algo, es bonita, la mira a los ojos,
se besan y, como la tarde, se van alejando.

Sólo por amarme, moriría en tus brazos.
Sólo tu hermosura moriría,
si pronto, la ley me condena...
¿Qué juez, sin embargo,
condena el amor que nunca está solo?

Cuando doblaron las campanas, los petirrojos,
tan  frágiles y pequeños, ya  habían llegado.
Años después, lagrimosos aun sus ojos,
se aferra a los hierros, no quiere soltarlos.
Desde la puerta del cementerio,
le canta muy, muy flojo y entonado,
poemas y canciones… ¡Creen que está chiflado!


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