Colaboración de José Martínez Ramírez
I
Le
digo, mientras me abraza,
que
mire atentamente el cristal.
Las
llamas de los troncos del encinal
cambian
de color y se apelmazan
entre
las lágrimas del umbral,
de
la lluvia que resbala, es genial,
el
calor de la manta que nos tapa.
En
el porche, un atrevido zorzal
canta
su amor descarado y nupcial,
tan
lejos de la condición humana.
El
silencio de esta mañana puntual
y,
de fondo, el recuerdo sensual,
mientras
nos calienta la llama
que
consume la madera del encinal.
Se
mecen unos cipreses como un juncal
en
un horizonte de tibias terrazas,
de
tejas, antenas y agua pluvial.
Ella
se levanta sobre sus piernas de nogal
y
le trae a mis labios, muy descalza,
una
copa de Tondonia y, como aval,
me
la pone en la boca a modo de bozal.
Los
labios comparten como una sangraza
en
la placentera mañana de Bedmar.
Nada
de todo lo que cuento es verdad,
cuando
digo que en mis dedos adelgaza
su
pelo y que sólo veo pétalos de rosal,
es
por el vino que bebo de origen feudal
y
que luego después viene con rebajas.
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