jueves, 5 de abril de 2018

RECUERDOS DE MI NIÑEZ


Colaboración de Tomás Lendínez García
Capítulo II
EL VIEJO MOLINO DE MI ABUELO
A la caída de la tarde, con la sombra de los terrones, los aceituneros volvían al pueblo. Lentamente, la escarcha blanca y crujiente comenzaba a caer cubriendo la campiña, las calles y los añejos tejados, mientras alguna lechuza con su vuelo silencioso y pausado se dejaba caer por caballetes y chimeneas, haciendo creer al sencillo y supersticioso labriego con el lúgubre siseo de su canto, el presagio de alguna cercana desgracia. En alguna que otra casa se escuchaba el sonido del almirez como preludio de la humilde cena que el ama preparaba junto al fuego del fogón.

Con la primera luz del amanecer el pueblo despertaba, el aroma del pan recién cocido llegaba desde el cercano horno de Joaquín Delgado, después de “Los orugas”, y hasta él iban las clientas. Casi siempre, una de las primeras que entraba era Mariquita, a la que se le apodaba “La Caeja”. Esta señora vistió siempre con un hábito de color marrón, por alguna promesa que hizo a la Virgen del Carmen, y cubriendo su encanecido pelo con un pañuelo negro que anudaba debajo de la barbilla. Cuando entraba al horno llevaba en una mano la talega del pan y en la otra la llave de su casa, la que por su tamaño y peso parecía pertenecer a un legendario castillo más que a una humilde y pobre morada.
Por la empedrada calle, resbaladiza por el trasiego del “molino”, comenzaban ya a transitar las cuadrillas de aceituneros, los carros y las yuntas camino del olivar.
Hombres de rostros atenazados, de rasgos duros marcados por los profundos surcos de las arrugas que el duro trabajo y las inclemencias del tiempo les habían ido dejando en ellos. Mujeres cobijadas en sus prendas de abrigo, toquillas y largos refajos; cubiertas las cabezas con pañuelos de percal floreado y llevando bajo el brazo la esportilla de esparto. Después de marcharse las cuadrillas quedaba todo el pueblo sumido en un profundo y hondo letargo, durante la temporada de recolección esto era lo que lo caracterizaba.
Algo más tarde llegaban al “molino” los mozos del relevo, sustituyendo a los de la noche y, aproximadamente, a la hora del Ángelus ya comenzaban a llegar los carros y las yuntas con las primeras aceitunas recogidas en el olivar.
Antes de ser depositadas en los “trojes” se pesaban en la báscula que a la entrada del patio estaba y después, una vez vaciadas en ellos, se hacía la destara de los “capachos” de esparto en que habían llegado envasadas. Después regresaban de nuevo al olivar con la “jerga” vacía y si habían cogido al llegar suficiente aceituna regresaban de nuevo con otro “porte” para que por la noche no quedara aceituna sin traerse del olivar para evitar que la robaran.
La prensa de los molinos aceiteros de “torre” era igual que los de “torrecilla”, el de mi abuelo, y la diferencia entre ambas estaba en que en los primeros sobresalía del edificio del molino y en los segundos era más pequeña y quedaba dentro de él.
Con el paso de los años el modelo de las prensas fue cambiando porque lo que se buscaba era aumentar la presión sobre el “cargo” para que así quedara menos aceite en el orujo y la producción fuera cada vez mayor.  
En nuestro pueblo el primer modelo de molino fue el de “viga y husillo”, con él la presión que se ejercía sobre el cargo era de 2,5 Kgs./cm2 y estuvo situado en la confluencia de las calles conocidas como Miguel TorresCallejón de los lagartos” y Granadillos, en ese solar se construyeron hace unos años cinco casas adosadas. El molino del abuelo era de “torrecilla, este modelo era un avance sobre el anterior y tenía una presión de 3,5 Kgs./cm2. A finales de la década de los CINCUENTA se fundaron las cooperativas aceiteras de “San Juan” y “Cristo de la Salud” en ellas ya se utilizó la “prensa hidráulica”, con este modelo la presión alcanzada era de 62,5 Kgs./cm2.
Este último modelo fue un gran avance sobre los anteriores porque la diferencia de presión ejercida sobre los “cargos” hacía que con esta última el “orujo” llevara mucho menos aceite. Finalmente, para sustituir a la “prensa hidráulica, apareció el modelo que hay ahora y que es conocido como “sistema continuo”.
Una vez que la recolección terminaba, entonces el abuelo cerraba la puerta del molino, que con su casa comunicaba, con la llave de vuelta y vuelta, en previsión de alguna visita doméstica no deseada. Después, durante un tiempo y sin prisas ni agobios, se iba desnudando de sus borras el aceite en las panzudas tinajas.
Recuerdo que en la puerta, en la parte que rozaba con el suelo, había un agujero redondo como un queso, era una gatera para que los gatos, a su voluntad, entraran y salieran del molino y allí plácidamente dormían y disfrutaban de lo que en la cocina rapiñaban sin temer a alguien que pudiera reprenderles.
Lejanas campañas de aceituna con evocadores tiempos pasados, de lejanos inviernos de días de lluvia, de noches de Enero con su pálida y fría luna, de fogatas de leña de olivo que se consumían y crujía en el acampanado fogón, de ricos guisos aderezados con oreja y pata de cerdo y de crujientes y doradas migas que se acompañaban con rodajas de melón de cuelgue.






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