EL CUCO
EN
VILLAGORDO
VILLAGORDO
Colaboración de Antonio Chica “Tajaillas”
El día 24 de
enero comenzó la temporada de “Cuco”
y durará hasta el 6 de marzo. Está
resultando un año desastroso, según cuentan los cazadores. Unos dicen que los
pájaros no entran, otros que no hay y también los hay que opinan que como son
de granja pues que no saben de qué va la película.
Hay que reconocer que los pájaros autóctonos del
lugar están tan escasos que yo diría que casi han desaparecido y ahora los que
tenemos son los que proceden de la suelta de pájaros de granja para intentar
repoblar el coto. Considero que esta labor es prácticamente inútil porque no
tienen la clase que corresponde a un pájaro de verdad y como consecuencia de
ello pues no ofrecen la pelea que necesita presenciar todo buen cuquillero
escondido en el puesto.
Por todo lo anterior los auténticos cuquilleros
buscan una buena tarde de “cuco” en
el centro de la Tierra
y por este afán se ocasionó la historia
que les voy a contar, es totalmente verídica y el protagonista principal de
ella es quien la cuenta, Antonio “Tajaillas”.
Lo dicho anteriormente es la razón por la que Paco “Juleca”, Diego “Borrego” y yo tuvimos una
conversación relacionada con lo
anterior y acordamos ir de “cuco” a un coto que hay en Alameda, una aldea que está ubicada en
el término municipal de Moral de
Calatrava, en la provincia de Ciudad
Real.
El día programado salimos muy temprano porque
queríamos aprovecharlo bien y había que empezar con el puesto de ONCE.
Durante el
almuerzo cada uno contó las incidencias que había vivido durante el puesto.
Todos sabemos que, entre cazadores, lo normal es aumentar los hechos y ese día debió
de ser lo de siempre, que casi ninguna historieta fuera verdadera y que la
mayoría de ellas estuvieran relacionadas con hechos fantásticos que habíamos
escuchado de otros y éstos, a su vez, de otros…
Mientras el diálogo discurría por estos terrenos las chuletas emitían ese sonido
característico de la grasa cuando entra en contacto con las ascuas, lo que
conocemos todos como chiferreteo. Mientras se hacían el vino tinto de reserva
entraba sin pedir permiso por las gargantas de los escopeteros, acompañado de
queso añejo y embutidos ibéricos. Con los ánimos calientes por el tinto las
lenguas contaban lo que hiciera falta, así enlazamos con las chuletas y el vino
siguió entrando igual de bien o, tal vez, mejor que al principio.
Cuando finalizamos tomamos unos cafés que habíamos transportado
en un termo, encendimos unos buenos puros, cargamos de nuevo con los
apechusques y nos encaminamos echando humo como el tren al lugar de los puestos
de tarde.
Paco y Diego ya habían ido más
veces allí y me aconsejaron, como novato, dónde debía de colocar el puesto.
Éste consistía en un armazón metálico que llevaba cosida, a su alrededor, una
tela verde de camuflaje.
Una vez acomodado y en plena digestión, los rayos de
sol por montera y, como el campo no respondía, pues paso lo que tenía que
pasar… ¡¡¡Que me dormí!!!
No sé cuánto tiempo me duró la siesta porque no pude
mirar el reloj debido a que cuando me desperté escuché un cante algo fuerte y
raro, entonces agudicé bien el oído y escuché de manera nítida y a dos pasos
del puesto:
- ¡¡¡Muuuuuuuuuu!!!
Era el lenguaje inconfundible de un toro que me estaba preguntando por los pájaros que había cazado por la mañana. Yo no le contesté,
permanecí en silencio mientras el corazón me porraceaba en el pecho y, de
manera sigilosa, me asomé por la aspillera y entonces descubrí que una manada de toros bravos me rodeaba y
esto hizo que pillara un caguetazo de mil pares de narices.
Como no me percaté de que los toros estaban al otro lado
de una alambrada, la que me protegía de ellos, tomé la decisión rápida de coger
el puesto y alejarme del lugar agachado transportando en peso el puesto y
escondido en él, es decir, al estilo irrepetible del inolvidable GRUOCHO MAX.
En mi desesperada carrera hacia la salvación me dejé,
en el lugar tan cojonudo que me habían recomendado, la silleta, el pájaro y la
escopeta.
Cuando nos juntamos para regresar y les conté lo
ocurrido las risas se escucharon, antes de llegar, en Las infantas y Villargordo.
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