Colaboración
de Paco Pérez
PROCLAMAR LA VERDAD ES UN DEBER
La
evangelización siempre fue rechazada
y por eso anunciar la PALABRA fue un riesgo grande para
quienes daban la cara por Dios. Lo
vivió Jeremías cuando predicaba al
pueblo para que se convirtieran, no eran aceptados sus mensajes y estaban
esperando que cometiera un error para castigarlo. Él lo sabía, por eso se sentía abandonado por el Señor aunque también reconocía que lo
protegía, le imploró que no lo abandonara y que castigara a sus perseguidores
pues él siempre había defendido su causa.
Con
Jesús y sus discípulos ocurrió lo mismo y por eso los animaba a ser prudentes,
es decir, a no buscar la batalla pero también les pedía que no guardaran
silencio sino que dieran la cara predicando sin MIEDO allá donde fueran porque el Padre lo conoce todo y lo que hagamos por Él siempre será recompensado. Jesús
lo explicaba así de sencillo en Mateo
10, 32-33:
[Si uno se pone de mi parte ante los hombres, yo, también me pondré
de su parte ante mi Padre del cielo. Y si uno me niega ante los hombres, yo
también lo negaré ante mi Padre del cielo.].
El
MIEDO estuvo presente en las
personas que predicaban
el mensaje de Dios pues recibían el rechazo de quienes ostentaban
en la sociedad el poder religioso o civil, todos actuaban contra quienes
anunciaban a Dios. Jesús padeció las consecuencias de ese
comportamiento injusto y,
como conocedor de esa realidad, les aconsejaba no tenerlo y les aconsejaba que fueran
prudentes, así no tendrían miedo. Éste
se manifiesta en las personas cuando tienen que defender a Dios o a la hora de evangelizar.
Si ocurre:
-
No presentan la VERDAD en su totalidad sino a medias, es un error
porque ésta no admite nada más que una opción. Quienes así actúan se hacen
esclavos de la mentira.
-
Negándola o haciéndose a un lado por temor a perder la vida o recibir
represalias. La fe en estos casos
está debilitada y eso hace que el temor se imponga pero quienes sí tienen fe no temen pues saben que el alma nadie puede destruirla.
Confiar en
Dios
es lo que nos hace no perder la
esperanza pues si Él cuida de
los animales… ¿No va a cuidar de nosotros?
La
evangelización anuncia el Reino y
esto nunca fue tarea fácil porque los receptores no siempre aceptan el mensaje.
Jesús, conocedor de estas
dificultades, aconsejaba a los discípulos que dieran testimonio con audacia y valentía.
No
desalentarse
es muy importante para seguir adelante a pesar del rechazo que sufriremos y
del desaliento en que podemos caer, levantarse y renovar la ilusión y la esperanza será la respuesta que daremos. El
mejor ejemplo lo tenemos en Jeremías.
El
desaliento es, tal vez, la forma del
miedo que hoy amenaza a los creyentes. Lo padecemos porque la
creencia está en horas bajas y si intentamos manifestar nuestra postura nos
encontramos con un rechazo sustentado en argumentos irracionales que son fruto
de la incultura de nuestros tiempos… ¿Quién
ha tenido la culpa de esta nueva realidad?
Todos
somos culpables porque, no hace muchos años, vivíamos en una sociedad en la que
los números nos hacían proclamar que los cristianos éramos mayoría, decíamos
serlo pero la vivencia demostraba otra cosa bien distinta, y, a pesar de ello, nos
sentíamos fuertes y seguros.
Ahora,
nos percatamos de que hay poca realidad cuando vemos el rechazo que sufre el
mensaje, nos sentimos impotentes, arrojamos la toalla y nos acomodamos a las
costumbres de la modernidad.
Atravesamos
tiempos de oscuridad y ahora, más que nunca, nos hace falta que no se
interrumpa en nosotros la FE que nos alumbre el camino.
Cuando
nos vienen contratiempos tenemos miedo
porque no encontramos una solución para nuestros problemas, creemos que Dios nos ha dado la espalda y que
estamos solos. La fe, si es
verdadera, nos hará permanecer fieles al Padre
y confiados pues Él siempre está a
nuestro lado y somos los hombres quienes debemos empujar para salir adelante
con su ayuda.
Estas
situaciones de MIEDO las padecemos cuando
nos falla la FE y el convencimiento para el seguimiento,
tener estas vivencias no es un problema pero dejarse arrastrar por ellas sí.
El
proyecto de convivencia que Dios
estableció para los hombres fue roto cuando Adán y Eva dejaron de obedecer las
normas que recibieron del Padre, es
decir, pecaron. Por esa realidad el pecado de un solo hombre, Adán, la muerte nos afectó después a
todos, aunque no hubieran pecado, y, con el paso de los años ocurrió lo
contrario, por la muerte de un solo hombre, Jesús, todos los hombres fueron salvados de la muerte del pecado.
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