Colaboración de Paco Pérez
Vivir
inmersos en la sociedad según la manera de vida que nos enseñó Jesús es una tarea complicada y
difícil, sobre todo, si creemos que podemos conseguirlo solos.
En
el pasado, con el ejemplo de las primeras comunidades cristianas, esa realidad quedó
patente porque también aparecían entre ellos las debilidades humanas, a pesar
de tener tan próximas las vivencias que tuvieron con Jesús. Para enderezar el rumbo de esos problemas los discípulos no
cesaban de recordarles que lo esencial para vivir insertados en un grupo humano era amar, ayudar, perdonar… Siguiendo ese comportamiento
la paz reinaría entre todos y así el comportamiento del grupo serviría de
ejemplo y camino para los que no formaran parte de él.
¿Es fácil para el hombre cambiar de actitud
para seguir ese camino?
No
lo es pero el “águila” nos enseña qué
debemos hacer cuando ella toma conciencia de que tiene inservibles, por la
edad, las partes de su cuerpo que le ayudaban a desenvolverse en su medio para
cazar y alimentarse, ese es el momento crucial en el que debe decidir entre
seguir viviendo o morir. Por eso toma la sabia decisión de eliminarle al cuerpo
lo viejo que se lo impide y entonces se prepara para arrancárselo, sufrir, esperar que le crezcan y, cuando ocurre
esa renovación, entonces ya puede cazar otra vez, es el premio a su sacrificio
y ya vive con normalidad durante
otro largo periodo de tiempo.
Los
cristianos, si estamos convencidos
de que no cumplimos con lo que Jesús
nos enseñó, deberemos hacer como ella y para ello abandonaremos los
comportamientos equivocados que practicamos, buscaremos la verdad para ponerla
en marcha, ofrecerle a Él nuestro esfuerzo, esperar que Dios valore nuestro esfuerzo sincero y que nos regale la venida del
Espíritu Santo para que nos empuje. De recibirlo, con su ayuda, podremos
comenzar una vida nueva en la que
practicaremos la comprensión y el amor a los demás, así podremos poner
en marcha un modelo social justo con
el que se consiga implantar poco a poco, en nuestras comunidades parroquiales y
en el mundo, la justicia y la paz.
Los
cristianos hablamos de la FE pero con
mencionarla mucho no la conseguimos o diciendo que tenemos no demostramos que sí
nos acompaña. Esa es la realidad del hombre cuando su vida discurre tranquila y
sin compromisos serios.
Pensemos
que los discípulos practicaban el amor a los hermanos, la alegría, la paz, la tolerancia,
el agrado, la generosidad, la lealtad, la sencillez y el dominio de sí… ¿Hacemos esto?
Con
estos planteamientos funcionaban las primeras comunidades cristianas, nadie
ocupaba un puesto más relevante que los otros y todos eran iguales porque todo
lo tenían en común.
Esta
forma de actuar se pudo poner en marcha gracias a la acción que el Espíritu Santo realizaba en cada uno,
ayudándoles a experimentar la presencia
de Jesús en sus vidas y el crecimiento
de la FE en ellos. Practicaban la reflexión e interiorización del mensaje de Jesús y, con este comportamiento, valoraba sus actitudes individuales
y, como grupo, se enriquecían con la oración
común y la Eucaristía, prácticas
que les ayudaban a mantener unida la comunidad y a solucionar los problemas que
surgían.
Esta
forma de entender y practicar el cristianismo les hizo lanzarse a la misión
evangelizadora por el mundo para que quienes no lo conocieran se sintieran
atraídos y pasaran a practicar la nueva manera de entender la vida. Al divulgar
la PALABRA no pretendía imponer sino
comunicar las nuevas ideas, mostrándoles la felicidad que regala esa
experiencia a quienes participan.
El
primer paso que dio Jesús fue la formación del grupo de hermanos, así nos
mostró el camino y, de no seguirlo, todo será inútil porque sólo se ofrecerán
palabras e ideas que estando vacías de experiencias vitales reales no
convencerán a quienes escuchan. Su secreto estuvo en que trataba a las gentes con amor
y se preocupaba de solucionarles
sus problemas perdonándolos, curándolos, dándoles de comer… Para que un
cristiano se enganche en la misión
evangelizadora primero deberá adquirir conocimiento del hecho religioso,
después enriquecerá su experiencia insertado en grupos comunitarios y por
último intentará hacer felices a los demás llevándoles la alegría y la paz
cristiana.
Siempre
hay personas que sufren y la actitud cristiana ante el dolor y la injusticia
que padecen no debe ser de indiferencia, Jesús
nunca les dio la espalda y quienes aborden este paso evangelizador lo harán sin
miedo, con prudencia, sin ostentación material, con amabilidad y sencillez, sin
exigir nada a cambio y si no los escuchan les comunican su actitud
improcedente, se sacuden el polvo de las sandalias y se marchan a otro lugar.
Tenemos
que destruir los ídolos que nos crean los tiempos y que hacen a los hombres luchar
por objetivos equivocados, esclavizándolos a ellos y perdiendo la felicidad que
nos regala la vida cuando la vivimos con verdad, sencillez y honestidad.
Los
cristianos nunca nos identificaremos con los grupos humanos que predican la
liberación del hombre pero sustentados en ideologías que sólo buscan el poder pues
su actitud liberadora no coincide con la que nos muestra el camino del Reino. Recordemos como ejemplo la
actitud que tuvo Jesús con los
problemas de su tiempo y la que tenían los zelotas,
eran totalmente contrarias.
Por
muchas iniciativas que se propongan, si los hombres no cambian, las injusticias
seguirán existiendo y el débil seguirá sufriendo. Sólo se logrará el cambio de
la sociedad con hombres nuevos, como le ocurre al águila, convencidos de esa
necesidad y movidos por la fuerza del Espíritu
Santo.
Pablo nos recuerda
la importancia que tiene AMAR al prójimo, le da tanta que considera
cumplidos con la Ley a quienes lo hagan bien con los demás.
Se
nos advierte sobre qué actitud debemos tener con quienes no caminen rectos,
deberemos comunicarles que lo hacen bien y que deben enderezar su rumbo. Si
después de advertidos siguen haciendo lo mismo la responsabilidad de sus actos
será de ellos y nosotros no tendremos ya ninguna.
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