Colaboración de Paco Pérez
¿HEMOS ACUDIDO?
En
el pasado el acto de la comida tenía una importancia enorme y había un ritual
para ella: El cabeza de familia la presidía, nunca se olvidaban de dar gracias
a Dios por los alimentos que iban a
tomar y durante ella había armonía, fruto del respeto que les habían inculcado
sus mayores, padres y abuelos. Con el paso del tiempo la familia fue perdiendo
poco a poco gran parte de aquellos valores, por no decir todos, y la jerarquía
familiar se fue debilitando hasta alcanzar los niveles actuales. Antes, los
mayores eran venerados y atendidos hasta el final por sus descendientes pero,
en nuestros días, ese final nadie lo tiene garantizado porque la incertidumbre
laboral y económica que padecemos ha triunfado y los comportamientos de
entonces han quedado destruidos … ¡¡¡Nadie
sabe cómo van a ser los últimos días de su vida!!!
La
respuesta a esta situación hay que darla trabajando para sentar bases sólidas
que den fruto más adelante, partiendo de una concienciación de la sociedad y fijándonos
en cómo procedía Jesús cuando trataba de enseñarles algo: Él se fijaba en la realidad de su entorno y ella le facilitaba los ejemplos
precisos para mostrarles el camino.
¿Por qué no reflexionamos nosotros sobre lo
que está sucediendo en la familia?
Hoy,
Jesús se fija en las costumbres de
la comida para hablarles del Reino de los Cielos. Les habló de lo
que le ocurrió a un rey que casó a su hijo, éste mandó a los criados a repartir
las invitaciones y los elegidos no acudieron.
Así
les enseñó que “todos los hombres”,
a nosotros también, estamos invitados al banquete del Reino. Los criados recibieron
la orden de llevarlas, eso fue lo que hicieron los profetas siempre, pero nadie respondió a su invitación y ahora nosotros debemos plantearnos con
seriedad nuestra respuesta… ¿Aceptaremos
la invitación que se nos hace a diario o preferimos seguir agarrados a nuestras
cosas terrenales?
El
rey se cabreó al verse rechazado y mandó
contra ellos el ejército; como los preparativos de la boda estaban ya hechos
ordenó a los criados que salieran de nuevo, esta vez a los caminos, y que
invitaran a todos los que encontraran. Con esta acción nos recuerda que Dios no se cansa de invitar a su mesa a
todos los hombres y los que acudieron representan a las personas que escucharon
el mensaje y modificaron su conducta, por eso se pusieron la vestimenta que el
rey les tenía preparada pero hubo uno que, haciendo uso de su libertad, rechazó
ponerse el traje adecuado. La escena última es imagen del “juicio final”, el que nos hará Dios
cuando nos presentemos ante Él.
Isaías, antes de que
Jesús sentara las bases definitivas
para la regulación del comportamiento de los hombres con el Padre y el prójimo, comunicó a sus coetáneos qué ocurriría al final de los
tiempos. Será un día especial para todos los pueblos pues habrá una gran fiesta, en ella se ofrecerá lo
mejor a todas las personas y éstas recibirán el mismo tratamiento, no se harán
diferenciaciones. Aquí queda patente que el mensaje de Dios siempre fue el mismo, todos somos sus hijos y Él nos acogerá a todos. En ese momento
los hombres quedarán liberados de los problemas terrenales que los agobiaban
pero, mientras llega, no podremos olvidarnos de las realidades que afectan a nosotros
y a los otros hombres, es decir, formaremos parte de un colectivo y trabajaremos
por el bien de todos.
Pablo, escribiendo
desde la cárcel y partiendo de su situación personal, comunicó a quienes le
ayudaron que les agradecía lo que hicieron con él pero que su acción, siendo
muy loable, tenía esta otra realidad, según él: A quienes realmente lo hicieron
fue a ellos porque el Padre
recompensa siempre a quienes actúan ayudando a otros pues así se contribuye a
la expansión del evangelio. También les comunicó que debían saber vivir en la
abundancia y en la pobreza y los animó a depender de su trabajo, sin recibir
nada de otros, porque libres de presiones y ataduras es como mejor se puede
predicar la doctrina de Jesús.
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