Colaboración de Paco Pérez
¿Os sorprende la exclamación que abre la
publicación?
Pues
no debemos pensar así porque haberlos los hay y, desgraciadamente, son más de
los que nos imaginamos cuando no tenemos conocimiento de ello y, sobre todo,
porque los que verdaderamente están en esta situación no se atreven a
manifestar abiertamente su necesidad, se acercan en silencio y de manera
tímida… ¿Quién se atrevería a rechazar la
petición de una persona que le dijera, quiero comer?
En
Villargordo hemos tenido hace poco una experiencia muy desagradable, supongo
que muy pocos conocerían la verdadera situación de la persona aludida porque de
saberlo sería grave el haberlo ocultado a las autoridades locales, a Cruz Roja,
a Cáritas o a la opinión pública.
En
las grandes poblaciones que visito habitualmente, Jaén o Nerja, la presencia de
los “indigentes” o “pedigüeños” en las calles es frecuente
y en Villargordo conocemos que Cáritas y Cruz Roja reparten alimentos a quienes
los necesitan. Estas dos asociaciones no reparten sus ayudas al “zurro pelao”, no. Lo hacen ajustadas a
las normas que ellas establecieron como medidoras y con ellas se guían para
ayudar a quienes cumplen los requisitos que se les pidieron para recibirlos. Ya
va siendo hora de que los villargordeños desaprensivos sean justos con quienes
están colaborando de manera altruista con ellas. Éstos pueden equivocarse,
pueden, pero si eso ocurre es porque quienes reciben los alimentos falsearon su
declaración documental… ¡¡¡A éstos es a
quienes hay que denunciar y no rajar a los voluntarios!!!
Hace
unas fechas caminábamos por Nerja y se nos acercó un señor de unos treinta y
tantos años, vestido con normalidad, sin aire de indigencia, aseado, con gafas
de ver, delgado, tímido, hablaba muy despacio y arrastraba un carro de la
compra mediano. De pronto nos llamó la atención así:
-
Señora, por favor… ¿Me puede atender un momento?
Yo,
que formaba un todo con ella por ir cogidos de la mano, me sentí como marginado
por su forma tan particular de presentarse y le dije:
-
Por favor, que somos dos… ¿Por qué se dirige usted a ella y me deja a mí a un
lado?
–
Usted perdone, es verdad lo que dice.
Entonces
le pedimos que manifestara lo que deseaba de nosotros. Nos llevamos una
sorpresa monumental cuando nos relató que vivía en Málaga capital, que había
perdido su trabajo, que tenía una niña pequeña que alimentar, que no podía
hacerlo y que venía desde allí en busca de comida porque un amigo le había
aconsejado que lo hiciera. Estaba sofocado el muchacho cuando nos comunicó su
situación y nos pidió su ayuda… ¡¡¡Pidió
alimentos, nunca mencionó el dinero!!!
Estábamos
al lado de una panadería y le rogamos que nos esperara allí, no queríamos que
se violentara llevándolo hasta el establecimiento pues hubiéramos presentado su
indigencia en sociedad y su pena habría sido observada por más personas. Le
compramos algunos alimentos básicos y regresamos hasta donde nos esperaba.
Antes
de marcharnos hacia la panadería nos dijo que en un supermercado de la cadena
Covirán ya le habían dado otras personas alimentos. Cuando nos abrió su carro,
para que le depositáramos la bolsa que Mari le había preparado, comprobamos que
lo que nos contó antes era cierto, allí estaban los alimentos nombrados y que dijo
haber recibido. Esa visión inesperada que nos ofreció del interior del carro nos
alegró mucho y, cuando nos despedimos de él, lo primero que comentamos fue que
había sido muy sincero cuando nos mostró su alma, reflejada en la verdad del interior
de su carro.
Nos
despedimos con un fuerte apretón de manos, nos deseamos mucha suerte, tomamos
rutas contrarias y ya no lo hemos vuelto a ver más.
Sabemos
que la crisis tiene situaciones ciertas, otras no tanto y otras, un número muy
grande, de auténtica picaresca pero un cristiano no debe de ser el juez de quienes
nos piden, debemos proceder en conciencia y confiando siempre en que Dios juzgue
y nos guíe a la hora de tomar una decisión.
Ahora
les voy a mostrar, como ejemplo, un hecho real:
Escrito publicado por BENITO KOZMAN en “ELVIRALERO”, un BLOG de Yahoo NOTICIAS, el jueves 14 de mayo de
2015.
Un anciano
enfermo de cáncer llama al 911 (lo que sería el 112 de España) porque no tenía
nada para comer.
Cuando
Marilyn Hinson recibió la llamada en ese servicio de emergencias para el cual
trabaja, no podía dar crédito a sus oídos. Quien pedía ayuda no era la
víctima de un accidente o un crimen, ni el dueño de un perrito atrapado en
algún lugar, sino un anciano enfermo… y hambriento.
Clarence
Blackmon, de 81 años, llamó al servicio de emergencias porque no tenía comida y
había regresado a su casa después de pasar meses en el hospital recibiendo
tratamientos para el cáncer de próstata que padece desde 2008. Vive solo en
Fayeteville, Carolina del Norte, y al llegar se percató de que no tenía comida.
"Yo no puedo hacer nada. No puedo ir a
ninguna parte. No puedo salir de mi maldita silla" -dijo Blackmon en
su llamada.
El
anciano le pidió a Hinson que fuera a la tienda y le comprara cualquier cosa de
comida, pues cualquier alimento lo ayudaría, con la promesa de pagarle. Antes
había intentado que el mercado local le llevara la comida a su casa, pero el
establecimiento le pidió un depósito de dinero que él no podía pagar.
Su
pedido tocó muy de cerca a la empleada de emergencias, quien sabe lo que es
estar hambrienta.
"Él tenía hambre", dijo Hinson en
declaraciones a ABC News: "He tenido hambre. Mucha gente no puede
decir eso, pero yo sí y no puedo soportar que una persona tenga hambre."
Blackmon
le dijo a Hinson que lo único que quería era un repollo, unas latas de frijoles
y remolacha, palomitas de maíz, jugo de tomate y refresco Pepsi.
Lisa
Reid, supervisora de Hinson, revisó los registros existentes del anciano y
comprobó que estaba enfermo y no tenía familiares en el área.
Con
la autorización de Reid, Hinson fue a un mercado y compró los
alimentos. Luego, acompañada de agentes de policía de Fayetteville
–previendo una situación inesperada en caso de que el pedido de ayuda hubiese
sido falso-, le llevó la comida a Blackmon en persona.
Hinson
le preparó un sándwich de jamón, que él dijo que sabía a gloria, y le dejó un
par, además, preparados para más adelante. "Fue como el zumbido de un
pequeño milagro en mi oído", dijo Blackmon. Pensé… ¡Jesús respondió a mis oraciones!
Blackmon
trabajó durante más de 40 años para una compañía de petróleo. Su esposa, Wanda,
murió en 2011 de cáncer y el anciano perdió la casa el año pasado, al no poder
pagar las deudas pendientes.
"Doy
las gracias al Señor por tener a Wanda durante el tiempo que la tuve, pero le
echo de menos y a nuestra casa", declaró el anciano a The
Huffington Post. "La vida es impredecible y por desgracia, no es más
fácil a medida que envejecemos."
El
anciano pronto recibirá los cuidados de una enfermera, quien lo visitará dos
veces por semana. Las autoridades locales coordinan ahora con la iglesia local
para asegurar que Blackmon reciba la ayuda que necesita.
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