Colaboración de José Martínez Ramírez
A mi queridísimo y amado D. Enrique Moreno “Tericias”.
Quiero
dejar constancia de que estos hechos que os voy a mostrar son pura invención y
que cualquier semejanza con la realidad será pura casualidad.
Que
el Señor nos tenga a todos en su santa gloria, si es capaz.
Fue
en la playa de la Malvarrosa
donde,
por causalidad, Enrique,
como
una centella calva y fogosa
cayó
ese Carnaval con su palique.
La
noche, lejos de ser lluviosa,
invitaba
a los jóvenes al fornique
pues
ellas, guapas y garbosas,
querían
blanquearnos el tabique.
Mas,
cuando la mirada era vidriosa,
brindó
por ellas y por quien fabrique
el
ron que caía fresquito por su boca,
pensó
el imberbe mirando su meñique.
¿Por
qué no mi voz llama o convoca
a
esa hembra y le digo que soy Quique?
Ignorante,
no me ve, y mi voz se sofoca.
El
caso es que le enroscó el aplique.
Y
advirtió que el disfraz de la foca
ocultaba
a una anciana, así, mi Enrique,
te
recuerdo que gritaba como una loca.
Sí,
bien, no quiero que te momifique.
Corría
el lebrel una huida barroca,
mientras
ella pedía que la damnifique.
Con
el alma partida de lejos lo invoca.
Jamás
volvió al lugar mi Enrique.
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