Colaboración de José Martínez Ramírez
Entrega I
Soñar
lo que soñamos
y
despertar, si lo hacemos,
con
amenazas o bostezos
o
caballos de cartón.
Sólo
vive quien sueña
despacio
y en silencio,
bajo
un farolillo de neón,
con
el corazón abierto
y
sin tener un nombre
que
expulsar al viento.
II
En
la noche estalla el recuerdo
de
cuando la luna me quería,
pétalos
marchitos que el tiempo
enterró
en una tarde vacía.
Allí,
donde en perfecta comunión
se
abrazan el mar y el cielo,
allí,
donde la luz es sueño
y
el agua dádiva al color
esperaré
que llegues, mi amor,
con
un nardo para tus labios
y
una rosa para tu pelo.
Te
espero, donde muere el sueño
y
donde nace la razón.
III
Y
mira que les gusta verme
humillado
como un perro,
qué
les importa lo que haga
si,
a veces, ni yo sé qué quiero.
Qué
vida más graciosa
de
algunos de mi pueblo,
sin
tener otro quehacer
que
tirar un nombre al suelo.
Pero
lo más gracioso del asunto
es
que te saluden luego
con
un palmotazo en la espalda
o
con la mirada puesta en el pecho,
sin
dejar de hablar después
mal
de tu encuentro,
o
intentando meter broza
a
lo que realmente quiero.
Disculpa,
vida, que me desvíe
del
tema que a tratar vuelvo,
tan
sólo quería decirte,
una
vez más, lo mucho que te quiero.
IV
Solo,
triste e invisible
miro
desde tus ojos
la
huella azul que dejaron tus labios
sobre
las hojas caídas de mis grises otoños.
A
veces, sonríen mis noches
a
los sueños de tu cálido estío
y
mis ojos buscan la luz
para
alumbrar tu cariño.
A
veces, mi imaginación destroza
la
dulzura de mis sueños
y
se desvisten tus nubes brumosas,
con
la levedad de un beso.
No hay comentarios:
Publicar un comentario