Colaboración de Santiago López Pérez
Como el próximo viernes es el “DÍA DEL AYUNO VOLUNTARIO” y el domingo 8 es la “Jornada de MANOS UNIDAS” pues
quiero mostraros unas ligeras pinceladas de mi experiencia, como voluntario, en
Calcuta.
El trabajo es un breve relato que he ilustrado con algunas
fotografías de las personas con las que trabajé en el Hogar del Inmaculado Corazón de María, más conocido como “Kalighat” entre los voluntarios por
encontrarse en el barrio de Calcuta que lleva este nombre. Esta es la primera
casa que abrió Madre Teresa, tenía
como finalidad primordial “atender y
cuidar a los moribundos abandonados”.
VIVENCIAS
EN “KALIGHAT”
Era
poco más de las cinco y media de la mañana cuando, como en días anteriores,
llego a Casa Madre. A las seis menos diez empieza la Eucaristía. Pero hoy hay
un movimiento diferente, una alegría especial, las Misioneras de la Caridad
están aún más sonrientes, más alegres de lo habitual.
Madre
Teresa, su madre fundadora, ha vuelto del que será su último viaje. Viene de
Estados Unidos (en Washington se encontró por última vez con su gran amiga Lady
Di) y ha tenido que hacer escala en Roma para descansar unos días y reponerse,
pues su fatigado cuerpo no tiene fuerzas para afrontar tan largo trayecto.
Madre Teresa ha regresado la noche anterior, bien entrada la madrugada, pero,
como cualquier otra hermana, se encuentra ya en la Capilla para asistir ella
también a la Misa.
Ahora
comprendo la felicidad de las hermanas. Los voluntarios estamos igualmente
alegres con su presencia. Madre Teresa no deja de poner su mano sobre nuestras
cabezas y pedir a Dios que nos bendiga. “God
bless you”, repite continuamente. Las hermanas la llevan y traen en una
silla de ruedas. No quieren que su debilitado corazón se fatigue aún más. “En
cualquier momento el corazón de Madre se puede parar”, estas son las palabras
que me dice Sister Nirmala al preguntarle cuándo puedo entregarle a Madre
Teresa unos regalos que le he traído de mi pueblo: un cuadro con nuestro Cristo
de la Salud, otro de la Virgen de los Dolores y un donativo de cien mil pesetas
“para sus pobres”. “Cuanto antes, mejor,
porque Madre en cualquier momento se nos puede quedar”, me asegura la encargada
de coordinar a los voluntarios.
Así
pues, esa misma tarde me acerco a Casa Madre, mucho antes de que sea la hora de
la Adoración al Santísimo, para darle los regalos y poder hablar con ella un
poco tiempo. Madre Teresa se muestra muy agradecida, me pregunta si son
fotografías y le llama mucho la atención el pelo tan largo de nuestro Señor de
la Salud y el rostro tan bonito de nuestra Virgen de los Dolores. Luego, según
me comentó la hermana Candelaria, supe que el cuadro del Cristo fue colocado en
el refertorio y el de la Virgen quiso Madre Teresa tenerlo en su habitación,
allí se encontraba cuando ella murió.
En
mi primera conversación con ella, me pregunta si es la primera vez que estoy en
Calcuta, en qué casa estoy trabajando, si me gusta lo que hago por Jesús… Siempre
sonriente y atenta, a pesar de todas las personas que pudieran estar esperando
para acercarse a saludarla. Esa es su misión en estos días. Las hermanas la
sacan por la mañana y por la tarde al corredor que da a la Capilla para que
atienda a los que desde todo el mundo vienen a visitarla. Me llaman la atención sus grandes manos
arrugadas, como las de los campesinos, de las gentes que han trabajado
duramente toda su vida; y, también, sus pies grandes y anchos, con algunos
dedos montados sobre otros, pies que han andado hasta los más profundos
agujeros de la miseria buscando saciar la sed de Cristo en la Cruz. La miro y
la veo escuchando a unos, consolando a otros, una mujer pequeña, tan menuda y
tan grande en amor, reflejando en su rostro toda la ternura del amor de Dios,
que ella ha hecho Vida en su vida.
“Dios nos llama ti y a mí a ser su ternura y
su compasión en el mundo”, dice, y así lo vive en sus 87 años.
Durante
nuestra pequeña conversación, vuelve a poner su mano sobre mi cabeza, me
bendice una vez más y me entrega una medallita de la Virgen Milagrosa y una tarjeta en la que leo:
El fruto del silencio es la oración.
El fruto de la oración es la fe.
El fruto de la fe es el amor.
El fruto del amor es el servicio.
El fruto del servicio es la paz.
Durante
la Adoración al Santísimo, ese momento tan importante de encuentro íntimo y
personal con el Señor en la Contemplación Eucarística que tanto bien nos hace,
Madre Teresa se hunde en un profundo recogimiento, une sus manos recogidas
sobre su rostro, en actitud de oración, y se la puede ver completamente
entregada en su diálogo con Cristo.
Será
una tarde, a la hora de la Adoración, cuando unas mujeres indias entran en la
Capilla. Todos estamos en silencio, pues ya se ha rezado el Rosario y estamos
en el tiempo exclusivo de Contemplación ante el Santísimo. Madre Teresa está
plenamente absorta en su oración y estas mujeres se van derechas a sus pies
para tocárselos y luego llevarse las manos unidas a la frente. Quieren hacer el
gesto propio de los indios cuando se encuentran con alguien que es digno de
veneración; pero, lo que han conseguido es soliviantarla. La han arrancado
bruscamente de su diálogo íntimo con Jesús y Madre Teresa las retira
rápidamente de su lado, al tiempo que, enérgica, les indica con el índice,
repetidamente, que se arrodillen ante la Custodia y que lo miren a Él, que a
ella no la tengan en cuenta para nada, que sólo lo miren a Él, no a ella, sólo
a Cristo, sólo a Él.
Se
acerca el día del regreso a España. De madrugada hay que coger el avión, pero
esta tarde he decidido pasarla con Jesús, frente al Sagrario, y así poder
reflexionar en su presencia sobre todo lo vivido estas semanas en Calcuta a Su
servicio bajo la dolorosa apariencia de los más pobres de entre los pobres. El
calor era pegajoso y sofocante, así que opto por sentarme al paso del poco
fresco que, de tiempo en tiempo, corre entre las ventanas y la puerta de la
capilla. No ha pasado mucho rato cuando las hermanas sacan a Madre Teresa en su
silla de ruedas y la dejan en el corredor para atender a quienes vengan a
verla. Ellas vuelven a sus quehaceres. Pero la tarde está tranquila y las
visitas son escasas y Madre Teresa, cada vez que se queda sola, me llama.
Hablamos. Le entrego unos rosarios que llevaba en la mochila, los coge, ora
sobre ellos, los besa y me los devuelve animándome a no dejar de rezar el
rosario. Llegan unos americanos para hablar con ella y me retiro de nuevo a la
Capilla. Cuando se marchan, me vuelve a llamar de nuevo. Hablamos otra vez y le
enseño un libro que me había llevado de España, “Camino de sencillez”, con
textos y meditaciones de ella misma. Abre las primeras páginas, me escribe una
dedicatoria y lo firma. Cuando se acercan unos nuevos visitantes, me vuelvo a
retirar. Tras su marcha, Madre me vuelve a llamar. Me siento desbordado de
agradecimiento, nunca lo hubiera pensado. Le pido a una hermana si tienen
alguna foto de Madre Teresa para que la dedique y, para mi sorpresa, me
entregan dos fotografías que ella amablemente dedica con un “God bless you” y su firma (una de estas
fotos fue entregada al Hermano Mayor de la Virgen de los Dolores).
Acaba
la tarde con la oración del rosario y la adoración al Santísimo. No dejo de dar
gracias a Dios que tan generosamente se me ha dado durante este primer viaje a
Calcuta.
Había
ido con la idea de entregarme todo lo posible a Su servicio, de socorrerlo en
el cuerpo maltrecho de los moribundos abandonados del Hogar del Inmaculado Corazón de María, y, sin embargo, me vengo con
la maleta llena de experiencias, de testimonios y ejemplos de vida que son
infinitamente más valiosos que todo lo que uno puede hacer por allí. He
conocido a voluntarios de muchos países, compartiendo tertulias que te
acercaban a conocer sus estilos de vida; he tratado con indios de Calcuta que
me han enseñado cómo se vive en su tierra; he conocido la vida de las
Misioneras de la Caridad en la casa y en la ciudad que es el germen de esta
encomiable obra de amor; he llegado a dialogar varias veces con Madre Teresa y
a poder estar junto a una santa viva; y, sobre todo, he sentido la presencia
real de Jesús bajo el semblante sufriente de los más pobres y, al saciar su sed
de amor en la cruz del sufrimiento de los cuerpos rotos de los enfermos y
abandonados, el Señor me ha devuelto “el ciento por uno”: [No he sido yo el que ha ayudado a los pobres de la Madre Teresa, han
sido todos ellos los que me han ayudado a mí.].
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