Colaboración de José Martínez Ramírez
Entrega III
Aquel
pañuelo de nublo y sol,
donde
lamían lentos los perros
la
esencia de un año y sus besos,
donde
el ciervo bebía calor.
Hoy
muere entre verdes algas,
víctima
precisa del desaliento,
que
dejó un verano el beso
huido
al prenderse las parvas.
¡Qué
tristeza reflejan los anillos
de
sus disimulados ojos!
Y…¡Qué
fuego no quemó despojos
donde
habitan hoy mil grillos!
Como
brilla el gran caracol,
como
cría ascuas y fieras,
en
una sola voz suave e incierta
que
arrastra duelo y amor.
X
Es
casi tarde y no es el hogar,
cien
mil perlas de lluvia
se
descifran tras el cristal.
Tus
ojos, después de la tormenta,
tal
vez descansarán.
No
es nada si tú faltas.
Laberinto
y disconforme,
ebrio
tetrarca de un sueño pequeño,
sueños,
sueños, colores que se van,
no
son nada si tú faltas.
XI
Mira
cómo cae la lluvia,
mojando
triste la montaña
y,
cómo la luz de tus ojos,
besa
firme mi mirada.
Mira
cómo vuela el zorzal,
esquivando
hábil la metralla
y,
cómo la gente pasa
mordiendo
como pirañas.
Mira
todo lo que quieras
pero
no me digas nada,
si
el viento seca la mejilla
que
por amor mojara una lágrima.
XII
Acorde
a la deriva
habla
el corazón,
de
tus labios de miel
la
triste figura,
se
ciñe a la razón
cierta
de tu cintura.
XIII
Dile
a mi corazón que venga,
que
quiero prender sus lazos
fuertes
como la tierra;
que
quiero sentir sus labios,
suaves
como la arena;
que
quiero beber sus lágrimas,
perlas
de amor y de pena;
que
quiero notar su cumbre
ahogándose
entre tinieblas;
que
quiero sentirla dentro,
definitiva
y eterna…
¡Dile
a mi corazón que venga!
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