viernes, 25 de marzo de 2016

SEMANA SANTA DE PASIÓN

Por D. Juan Antonio Martos Moreno
Capítulo VI
VIERNES SANTO

Cofradía de nuestro Padre Jesús Nazareno y María Santísima de la Amargura.
Más tarde, cuando ni es de noche ni es mañana, ni es alba, ni es madrugada, es la hora de afrontar la última senda estrellada.
Pilatos dejó en libertad a Barrabás y mandó azotar a Jesús. Los soldados le quitaron los vestidos y le pusieron un manto de color rojo. Después le pusieron en la cabeza una corona, la habían trenzado con espinas, y en la mano derecha una caña. Se burlaban de él, le pegaban y le escupían en la cara.                                                                                                          Jesús toma la cruz y se abraza a ella. La abraza y el abrazo le va abriendo heridas en sus hombros llagados.
¡Qué duro se hace caminar con paso lento por la vía dolorosa de la cruz!
El nazareno sale de la iglesia entre el aliento contenido de los fieles más madrugadores y con debilidad, avanza sudoroso y sediento. El silencio sólo se rompe por el sonido del látigo.
Camino del Gólgota sus fuerzas están al límite, cae varias veces, se levanta y, de nuevo, toma su Cruz.
Solo un hombre, Simón de Cirene, le acompañó. Fue un hombre valiente que le ayudó a cargar con la cruz, un hombre que se convirtió a la fe de CRISTO y al que ayudó en ese terrible momento.

Seguirte, Señor, significa sufrimiento y abnegación.
Danos, el valor de hacerlo a través de los pequeños o grandes sacrificios de la vida diaria, del dolor, de las enfermedades, del paro, de la marginación social y del abandono de los que sufren por cualquier circunstancia.


No podemos permanecer impasibles ante el Señor, el que carga con todas nuestras debilidades y todas nuestras cruces. Que sale a su encuentro la santa mujer Verónica para enjugarle, piadosamente, el sudor de su divina cara. Jesús dejó impresos, en el velo de la Verónica, los rasgos de su santa Faz.
La Verónica, mira a Jesús con pena y seca su sudor doloroso. Nadie más da su aliento al Dios abandonado, nadie más le abraza, nadie más le reconforta.
Cuando se hace de nuevo el silencio las costaleras vuelven a meter sus hombros doloridos bajo los palos y van llevando a la desconsolada madre, de amargura y dolor, llorosa y atormentada en busca de su hijo.

El cielo tiene de luto un oscuro velo, la Virgen seca sus lágrimas con las puntillas de su pañuelo.
Anónimas, tras vuestro caperuz doblado; a solas, con vuestras preocupaciones hechas oración y abrazadas al varal, vais sintiendo la profunda alegría de ser los pies de la Madre de Dios.
¡Enhorabuena costaleras!
Con permiso de ANA, vuestra capataz, que os alienta y mima con oficio y perfección, permitid a este pregonero, al que en estos momentos le embarga la emoción, que os dirija esta primera levantá:
- Costaleras… ¿Estáis preparadas? ¡A ésta es! ¡Al cielo con Ella, costaleras valientes!

María salió al encuentro no solo porque era su HIJO, sino porque Ella sale siempre al encuentro de todos los que sufren, de todos los que en cierto modo llevamos una cruz.


La Virgen llega ante su hijo quedando una frente al otro; no hay palabras para decir, un rostro desolado y triste es surcado por unas lágrimas de amor y dolor infinito, otro rostro sucio y ensangrentado, de labios que son rastrojos, resecos y amoratados.
Alguien desde un balcón observa el encuentro y, mientras escucha una saeta, llora acongojado:
- De sobra sabes, madre mía, que toda mi vida daría por quitarte,  siquiera, un cachito de dolor. Que tu pena quiero hacer mi pena, y abrazar contigo al nazareno… ¡Déjame que llore por ti, madre de la amargura!
De sobra sabes, Jesús caído, que a mordiscos me arrancaría el corazón para alfombrar tu rodilla dolorida; con los dedos coronaría mi frente con tu corona de espinas y con mi espalda, mis hombros y mi alma llevaría tu cruz… Para que descansaras TÚ.
Le seguía una gran multitud del pueblo y de mujeres, que lloraban y se lamentaban por él. Jesús volviéndose a ellas les dijo:
- Hijas de Jerusalén… ¡No lloréis por mí, llorad más bien por vosotras y por vuestros hijos!
Más tarde, Jesús, clava de nuevo sus pies en la tierra, gira sobre sí mismo y sube la última cuesta antes de morir.
¡Enséñame, Señor, a tener un corazón como el tuyo para que así pueda comprender al que sufre y perdonar al que me hiere.

Entre aplausos, Jesús entra en el templo.
Silenciosa y llorosa, María, entra en la iglesia empujada por el corazón de todo el pueblo. Ha terminado el camino  de la  cruz.
EL  SANTO ENTIERRO y LA SOLEDAD
Cierran estas estaciones de penitencia la noche del Viernes Santo villargordeño.
Quiero manifestar un recuerdo a la familia Moral  Pérez y una oración para Pepe, padre, Antonio y Tomás.
Noche de Viernes Santo, luto. Viernes Santo por la noche, negro. Noche de Viernes Santo, dolor negro y enlutado.
La tierra se cubrió de tinieblas. A eso de las tres Jesús gritó con fuerza:
- ¡Dios mío, Dios mío! ¿Por qué me has abandonado?
Después grito muy fuerte:
- Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu. Y expiró.
En ese momento se rasgó en dos partes la cortina del templo y la tierra tembló
Jesús ha muerto. Solo el silencio merece ser sudario con el que cubrir su cuerpo.





José de Arimatea pidió a Poncio Pilatos el cuerpo de Jesús. Bajó el cuerpo de la cruz y lo envolvió en una sábana que había comprado. Fue también Nicodemo, aquel que había ido de noche a ver a Jesús llevando mirra y perfumes. María Magdalena y la otra María miraban donde colocaban el cuerpo. Ya nada más se podía hacer, todo se había terminado.
Muy cerca estaba su madre, “La Soledad”, cómo debía sentirse María ante la hora de su hijo, de ese hijo al que ve sufrir, al que sigue para darle consuelo.

María lleva preparándose más de treinta años para estos momentos, no por ello menos dolorosos, en la mirada de su Madre, Jesús descubre INTENSO AMOR... PIEDAD INFINITA... Y EL DESEO DE REEMPLAZARLO.
Que mayor amargura para una madre que ver morir a su hijo. Una madre rota por el dolor, un dolor profundo que le atraviesa el corazón como un puñal. Allí permanece en silencio.
Un silencio roto ahora por el murmullo de quienes esperan en la plaza la salida de la Soledad para  llorar junto  a ella.
María madre camina por la calles de nuestro pueblo, camina despacio al ritmo que le marcan sus costaleros, orgullosos de portar en sus hombros a su madre, a la madre de Dios, con la tristeza de haber visto a su  hijo conducido al patíbulo para cargar con la cruz de todos nosotros y de todos nuestros pecados.
El rostro de María, iluminado por las velas, muestra sus lágrimas y su serenidad dentro de la desesperación. El tintineo del palio la acompaña y un lazo negro nos recuerda a los cofrades fallecidos.

Juan, el más joven de los apóstoles, sigue los pasos de Cristo acompañando a María con actitud valiente, auténtica y generosa, sin importarle nada ni nadie.
Señor… ¡Qué difícil es mantener la actitud de Juan el Apóstol!
Para cambiar las injustas desigualdades sociales que hay en este mundo dominado por la crisis y la especulación, fundamentalmente económica, que no es más que la consecuencia de la pérdida de los verdaderos valores humanos y cristianos que están recogidos en tus enseñanzas con valor de eternidad.
Todos pensamos en lo que nos dijo Jesús:
- Dentro de poco ya no me veréis pero más tarde me volveréis a ver.
El Sábado Santo es un día de silencio y meditación. Jesús está muerto pero es un silencio expectante para la gran celebración.
JESUS DIJO: “Y AL TERCER DIA RESUCITARÉ”
Se encienden las brasas, se apagan las luces del templo. El párroco comienza el recorrido con el cirio encendido: LUZ DE CRISTO. ¡DEMOS GRACIAS A DIOS!
Es la Vigilia Pascual, la Pascua de Resurrección, la misa más importante del año. Tras conmemorar el día anterior  la muerte de Cristo en la Cruz, esperamos el momento de la Resurrección.
Escuchamos la liturgia de la palabra que nos presenta las maravillas que realizó Dios por su pueblo.
Es una celebración llena de anécdotas, todo ello vivido con la alegría de saber que Jesús ha resucitado: ¡Aleluya! ¡Aleluya!  ¡El Señor resucitó!                          



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