Por D. Juan Antonio Martos Moreno
Capítulo VI
VIERNES SANTO
Cofradía
de nuestro Padre Jesús Nazareno y María Santísima de la Amargura.
Más
tarde, cuando ni es de noche ni es mañana, ni es alba, ni es madrugada, es la
hora de afrontar la última senda estrellada.
Pilatos
dejó en libertad a Barrabás y mandó azotar a Jesús. Los soldados le quitaron
los vestidos y le pusieron un manto de color rojo. Después le pusieron en la
cabeza una corona, la habían trenzado con espinas, y en la mano derecha una
caña. Se burlaban de él, le pegaban y le escupían en la cara. Jesús
toma la cruz y se abraza a ella. La abraza y el abrazo le va abriendo heridas
en sus hombros llagados.
¡Qué duro se hace caminar con paso lento por
la vía dolorosa de la cruz!
El
nazareno sale de la iglesia entre el aliento contenido de los fieles más
madrugadores y con debilidad, avanza sudoroso y sediento. El silencio sólo se
rompe por el sonido del látigo.
Camino
del Gólgota sus fuerzas están al límite, cae varias veces, se levanta y, de
nuevo, toma su Cruz.
Solo
un hombre, Simón de Cirene, le acompañó. Fue un hombre valiente que le ayudó a
cargar con la cruz, un hombre que se convirtió a la fe de CRISTO y al que ayudó
en ese terrible momento.
Seguirte, Señor,
significa sufrimiento y abnegación.
Danos, el valor de hacerlo
a través de los pequeños o grandes sacrificios de la vida diaria, del dolor, de
las enfermedades, del paro, de la marginación social y del abandono de los que
sufren por cualquier circunstancia.
No
podemos permanecer impasibles ante el Señor, el que carga con todas nuestras
debilidades y todas nuestras cruces. Que sale a su encuentro la santa mujer
Verónica para enjugarle, piadosamente, el sudor de su divina cara. Jesús dejó
impresos, en el velo de la Verónica, los rasgos de su santa Faz.
La
Verónica, mira a Jesús con pena y seca su sudor doloroso. Nadie más da su
aliento al Dios abandonado, nadie más le abraza, nadie más le reconforta.
Cuando
se hace de nuevo el silencio las costaleras vuelven a meter sus hombros
doloridos bajo los palos y van llevando a la desconsolada madre, de amargura y
dolor, llorosa y atormentada en busca de su hijo.
El
cielo tiene de luto un oscuro velo, la Virgen seca sus lágrimas con las
puntillas de su pañuelo.
Anónimas,
tras vuestro caperuz doblado; a solas, con vuestras preocupaciones hechas
oración y abrazadas al varal, vais sintiendo la profunda alegría de ser los
pies de la Madre de Dios.
¡Enhorabuena costaleras!
Con
permiso de ANA, vuestra capataz, que os alienta y mima con oficio y perfección,
permitid a este pregonero, al que en estos momentos le embarga la emoción, que
os dirija esta primera levantá:
-
Costaleras… ¿Estáis preparadas? ¡A ésta
es! ¡Al cielo con Ella, costaleras
valientes!
María
salió al encuentro no solo porque era su HIJO, sino porque Ella sale siempre al
encuentro de todos los que sufren, de todos los que en cierto modo llevamos una
cruz.
La
Virgen llega ante su hijo quedando una frente al otro; no hay palabras para
decir, un rostro desolado y triste es surcado por unas lágrimas de amor y dolor
infinito, otro rostro sucio y ensangrentado, de labios que son rastrojos,
resecos y amoratados.
Alguien
desde un balcón observa el encuentro y, mientras escucha una saeta, llora
acongojado:
-
De sobra sabes, madre mía, que toda mi vida daría por quitarte, siquiera, un cachito de dolor. Que tu pena
quiero hacer mi pena, y abrazar contigo al nazareno… ¡Déjame que llore por ti,
madre de la amargura!
De
sobra sabes, Jesús caído, que a mordiscos me arrancaría el corazón para
alfombrar tu rodilla dolorida; con los dedos coronaría mi frente con tu corona
de espinas y con mi espalda, mis hombros y mi alma llevaría tu cruz… Para que
descansaras TÚ.
Le
seguía una gran multitud del pueblo y de mujeres, que lloraban y se lamentaban
por él. Jesús volviéndose a ellas les dijo:
-
Hijas de Jerusalén… ¡No lloréis por mí,
llorad más bien por vosotras y por vuestros hijos!
Más
tarde, Jesús, clava de nuevo sus pies en la tierra, gira sobre sí mismo y sube
la última cuesta antes de morir.
¡Enséñame, Señor, a tener un corazón como
el tuyo para que así pueda comprender
al que sufre y perdonar al que me
hiere.
Entre
aplausos, Jesús entra en el templo.
Silenciosa
y llorosa, María, entra en la iglesia empujada por el corazón de todo el
pueblo. Ha terminado el camino de
la cruz.
EL SANTO
ENTIERRO y LA SOLEDAD
Cierran
estas estaciones de penitencia la noche del Viernes Santo villargordeño.
Quiero
manifestar un recuerdo a la familia Moral
Pérez y una oración para Pepe, padre, Antonio y Tomás.
Noche
de Viernes Santo, luto. Viernes Santo por la noche, negro. Noche de Viernes
Santo, dolor negro y enlutado.
La
tierra se cubrió de tinieblas. A eso de las tres Jesús gritó con fuerza:
-
¡Dios mío, Dios mío! ¿Por qué me has abandonado?
Después
grito muy fuerte:
-
Padre, en tus manos encomiendo mi
espíritu. Y expiró.
En
ese momento se rasgó en dos partes la cortina del templo y la tierra tembló
Jesús
ha muerto. Solo el silencio merece ser sudario con el que cubrir su cuerpo.
José
de Arimatea pidió a Poncio Pilatos el cuerpo de Jesús. Bajó el cuerpo de la
cruz y lo envolvió en una sábana que había comprado. Fue también Nicodemo,
aquel que había ido de noche a ver a Jesús llevando mirra y perfumes. María
Magdalena y la otra María miraban donde colocaban el cuerpo. Ya nada más se
podía hacer, todo se había terminado.
Muy
cerca estaba su madre, “La Soledad”,
cómo debía sentirse María ante la hora de su hijo, de ese hijo al que ve
sufrir, al que sigue para darle consuelo.
María
lleva preparándose más de treinta años para estos momentos, no por ello menos
dolorosos, en la mirada de su Madre, Jesús descubre INTENSO AMOR... PIEDAD
INFINITA... Y EL DESEO DE REEMPLAZARLO.
Que
mayor amargura para una madre que ver morir a su hijo. Una madre rota por el
dolor, un dolor profundo que le atraviesa el corazón como un puñal. Allí
permanece en silencio.
Un
silencio roto ahora por el murmullo de quienes esperan en la plaza la salida de
la Soledad para llorar junto a ella.
María
madre camina por la calles de nuestro pueblo, camina despacio al ritmo que le
marcan sus costaleros, orgullosos de portar en sus hombros a su madre, a la
madre de Dios, con la tristeza de haber visto a su hijo conducido al patíbulo para cargar con la
cruz de todos nosotros y de todos nuestros pecados.
El
rostro de María, iluminado por las velas, muestra sus lágrimas y su serenidad
dentro de la desesperación. El tintineo del palio la acompaña y un lazo negro
nos recuerda a los cofrades fallecidos.
Juan,
el más joven de los apóstoles, sigue los pasos de Cristo acompañando a María
con actitud valiente, auténtica y generosa, sin importarle nada ni nadie.
Señor… ¡Qué difícil es mantener la actitud de Juan
el Apóstol!
Para
cambiar las injustas desigualdades sociales que hay en este mundo dominado por
la crisis y la especulación, fundamentalmente económica, que no es más que la
consecuencia de la pérdida de los verdaderos valores humanos y cristianos que
están recogidos en tus enseñanzas con valor de eternidad.
Todos
pensamos en lo que nos dijo Jesús:
-
Dentro de poco ya no me veréis pero más tarde me volveréis a ver.
El
Sábado Santo es un día de silencio y
meditación. Jesús está muerto pero es un silencio expectante para la gran
celebración.
JESUS DIJO: “Y AL TERCER DIA RESUCITARÉ”
Se
encienden las brasas, se apagan las luces del templo. El párroco comienza el
recorrido con el cirio encendido: LUZ DE
CRISTO. ¡DEMOS GRACIAS A DIOS!
Es
la Vigilia Pascual, la Pascua de
Resurrección, la misa más importante del año. Tras conmemorar el día
anterior la muerte de Cristo en la Cruz,
esperamos el momento de la Resurrección.
Escuchamos
la liturgia de la palabra que nos presenta las maravillas que realizó Dios por
su pueblo.
Es
una celebración llena de anécdotas, todo ello vivido con la alegría de saber
que Jesús ha resucitado: ¡Aleluya! ¡Aleluya!
¡El Señor resucitó!
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