Colaboración de Paco Pérez
Las
acciones liberadoras que DIOS hizo a
lo largo del tiempo para rescatar a su pueblo de la opresión que padecía en los
lugares de destierro fueron una realidad pero la importancia de estos hechos no
está en recordarlos y en quedarnos con la boca abierta mientras lo hacemos
porque son PASADO, lo que realmente deberá tener valor para nosotros es mirar
hacia el futuro, trabajar en el presente e intentar construir un mundo mejor
para todos.
No
debemos caer en la tentación de mirar hacia atrás porque ese comportamiento nos
llevará a quedarnos anclados en lo viejo y esa situación anómala será la
constatación de que vivimos en un inmovilismo que nos hace no aceptar que lo
anterior sólo fue una etapa que había que atravesar necesariamente para pasar a
la siguiente, lo que hizo el pueblo de Dios después de salir de Egipto es un
ejemplo, y que ahora debemos ser los protagonistas en nuestra travesía. Para
recorrerla con éxito nos dejaremos acompañar por la ilusión y la esperanza.
Los
hombres debemos trabajar siempre con miras elevadas y de futuro, Isaías ya lo
enseñó y, con el paso de los años, Pablo retomó el tema y les habló de que el
hombre, cuando pierde algo, sufre, lo busca y trata de recuperarlo aplicando su
justicia, la que procede de la Ley de los hombres. Reconoce que, durante un
tiempo, él actuó así pero nos recuerda que el verdadero camino no es ese sino
el que nos lleva a entender que las cosas materiales carecen de valor y que sólo
debemos preocuparnos de conocer y aplicar la justicia que viene de DIOS, la
nuestra nunca.
Hay
que aceptar que sólo lo lograremos si nuestra fe es verdadera y si, ayudados por
ella, profundizamos en el conocimiento de Jesús y ponemos en marcha sus
enseñanzas.
Proclama
que transitar por estos planteamientos no es un camino de rosas, es todo lo
contrario. Por eso nos recuerda que nunca deberemos pensar que haciendo cuatro
cosillas ya tendremos comprado el billete para viajar al Reino, no. Nos anima a
ilusionarnos con la decisión de seguir a Jesús.
Cuando
Jesús predicaba a su pueblo el camino que debían seguir lo que pretendía era
eliminar para siempre lo que pudiera contribuir al estancamiento del hombre en su
viaje hacía el Reino: La cultura ancestral que le enseñaron, las tradiciones
que practicaban... Lo hizo así porque Él iba a lo importante de la vida y de
esa forma es cómo les enseñaba que todo lo demás no valía.
La
cultura de aquel pueblo hacía que,
por tradición, los matrimonios fueran acordados por los padres cuando ella tenía unos 12 ó
13 años y él 18. Era normal que los
contrayentes ni se conocieran hasta el día de los “esponsales”, ese día eran declarados marido y mujer, después
del acto ambos se iban de nuevo a sus casas paternas. Un año después celebraban
las “bodas” y ya sí se iban a vivir
juntos.
En
ese espacio temporal ocurrían las
infidelidades y estaba tipificado el
castigo para las MUJERES:
1.-
Si se cometía el adulterio entre los
“esponsales” y las “bodas”, la pena que se aplicaba era la lapidación, ese castigo pidieron para
la adúltera a Jesús cuando se la llevaron.
2.-
Si era después de las “bodas” la
mujer era estrangulada.
Quienes
la acusaron, se amparaban en la Ley de
Moisés para pedirla… ¿Era justo o
injusto el procedimiento que tenían?
Como
miraban a esta Ley pues nadie reparaba que fue válida en el PASADO y que ya no tenía vigencia
porque… ¿Es el adulterio un acto
individual o de dos? ¿Nada más que
la mujer había cometido adulterio? ¿Por
qué no se acusaba también al hombre de adúltero?
El
gesto de Jesús es elocuente y nos enseña que:
1.-
Tendremos una objetividad grande para comprender que debemos mirar hacia el futuro siempre y que debemos enterrar
todo aquello que en el pasado tuvo
validez pero que ya no nos sirve en el presente.
2.-
Deberemos acompañarnos siempre de la justicia
y el perdón cuando tratemos los
deslices de los demás, haremos como Jesús y les daremos una segunda
oportunidad.
Quienes
presentaron a la adúltera como culpable se consideraban perfectos y Jesús, con el
gesto de darles la piedra, les hizo comprender, de golpe, lo hipócritas que eran.
Cuando
Jesús y ella se quedan solos Él le expresó su respeto y cariño así:
-
Mujer ¿ninguno te ha condenado?
Ella
le respondió:
-
Ninguno, Señor.
Jesús
le dijo:
-
Tampoco yo te condeno. Vete y, en adelante no peques más.
Después
del perdón Jesús le aconsejó que CAMBIARA.
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